El día 8 de junio de 2020 a las 5.00 p.m se transmitió en vivo el primer día fiesta arqudiocesana por las redes sociales de la Arqudiócesis de Cartagena, teniendo como objetivo la consagración de la Iglesia cartagenera al Santo Cristo de la expiración. Por tal motivo invitamos a verlo a aquellos que no lo hayan podido sintonizar por diversas circunstancias Click aquí. De igual manera se comparte este bello artículo sobre esta devoción tan especial para toda la Iglesia arquidiocesana.
¡Oh Jesús crucificado, todo en ti habla de amor, pues hasta la vida has dado para salvar al pobre pecador! Hoy venimos a pedirte, Jesús bueno, que este pueblo sepa ser digno de ti y sus hijos vivan siempre cual cristianos; que te amen, que te sirvan hasta el fin.
El nombre de Cartagena trae consigo historias que se narran en nuestros suelos caribeños, donde se sintetiza la vida de todo un pueblo. Por eso el historiador y catedrático tunecino Roda Tlili, refiere los vocablos Cartagena y Cartago, afirmando que provienen de una antiquísima raíz fenicia, que significa ciudad de la esperanza, ciudad prometida o ciudad nueva, asegurando además que de todas las cartagenas existentes, la de Indias es la ciudad más notable, por sus riquezas históricas y culturales.
Por eso, no hay duda de estas afirmaciones. Somos un pueblo hermoso, representativo e importante. Nuestra arquitectura y nuestra gente son la síntesis de todo lo que converge alrededor de nuestra ciudad y dentro de sus registros históricos y eclesiásticos, destacamos lo ocurrido alrededor del año 1754, donde los grandes cronistas relatan que se extendió una epidemia de viruela, que sólo pudo ser detenida después de rezarle durante nueve días a la imagen del Cristo de la Expiración, por lo cual este Cristo es objeto de especial devoción para los cartageneros.
Este origen del Cristo de la Expiración también tiene otra crónica milagrosa. Según refiere la tradición, la imagen del Cristo que permanece en la actualidad a la Parroquia Santo Domingo fue hecha por un tallador misterioso que usó un trozo de madera hallado a la orilla del mar por novicios dominicos, quienes al ver dicho trozo lo llevaron al monasterio, pues daba para tallar con él una imagen y por ese tiempo habitaba en el claustro dicho tallador de orígenes no muy claros, a quien le expusieron la idea. Cuando los religiosos pudieron entrar al recinto encontraron la esfinge del Cristo hecha y al tallador no lo encontraron por ninguna parte, por lo que lo asocian a labores de un ángel.
Si detallamos esta imagen muy representativa en nuestra ciudad de la esperanza, es un Cristo de madera, que da la impresión de ser de poco más que de tamaño natural.
Para el periodista Saúl Castiblanco “de una madera oscura sin policromía, como oscuras fueron las horas en que se crucificó a Dios; pero a la vez brillante, como infinitamente refulgente fuera el triunfo absoluto del Redentor”, desde esa cruz, donde se marca el momento culminante de la mirada de fe, porque en esa hora resplandece el amor divino en toda su altura y amplitud hacia la humanidad. La expresión de dolor del Señor es en algo matizada por la ternura y confianza con las que Él dirige su rostro al Padre. Una confianza inocente y total que está particularmente expresada por la fuerte inclinación de su cuello, tal vez más inclinado que el de otros Cristos expirantes conocidos.
Esta devoción sigue viva en las tres misas semanales conocidas como ‘lunes del Cristo de la Expiración’, y en cada procesión en su honor cada 14 de septiembre y el fervor que se acrecienta en esas fechas por parte de la Iglesia arquidiocesana de Cartagena, quienes lo visitan en la iglesia de Santo Domingo, más antigua de la ciudad, para darle gracias de rodillas y pedirle favores.
En definitiva, un ícono religioso de gran valor para la feligresía de Cartagena. Por eso, le ofrecen hasta hoy una generosa y fuerte devoción, particularmente para la sanación del cuerpo y el alma. Y en nuestra Arquidiócesis de Cartagena nos consagraremos a este Santo Cristo de la Expiración, como muestra sincera y pura al reconocer que Él es la salud de los enfermos, la resurrección y la vida, esa que tanto deseamos en estos tiempos de pandemia que nos tienen aislados en cuerpo, pero en un mismo espíritu, una misma fe y esperanza.
Nuestro Señor de la buena muerte, a tí nos entregamos; y sálvanos, pues si no pereceremos.
Por: Vicky Cortés Rossi, @VickyCortes06 | Comunicaciones Emaús